Por Yanio Concepción Silva
Dirigente cooperativista

La economía dominicana atraviesa una encrucijada que ya no admite evasivas. Durante más de quince años, el Estado ha acumulado déficits fiscales superiores al 3 % del PIB anual, alimentando una deuda pública que limita cada vez más la capacidad de invertir en desarrollo.

Para 2026, cerca de RD$24 de cada RD$100 recaudados, se destinarán exclusivamente al pago de intereses, y no a educación, ni a la salud o producción, sino más bien a sostener una deuda creciente que no corrige sus causas estructurales.

Este escenario no es fortuito. Es el resultado de una prolongada falta de valentía de la clase política, empresarial y social para organizar una economía más justa, transparente y sostenible. Un modelo donde la evasión fiscal, las exoneraciones regresivas, los subsidios mal focalizados y la corrupción han convivido con un discurso de crecimiento que no se traduce en bienestar para la mayoría.

En este debate nacional hay un actor económico que suele ser ignorado o subestimado: el cooperativismo.

Mientras se insiste en que la estabilidad solo puede lograrse mediante mayor concentración financiera o más endeudamiento, el cooperativismo dominicano demuestra, desde hace décadas, que es posible movilizar ahorro interno, financiar la economía real, generar empleo digno y distribuir riqueza sin especulación. Las cooperativas no existen para maximizar ganancias de capital; existen para satisfacer necesidades económicas y sociales, fortaleciendo los territorios donde operan.

A diferencia del modelo concentrado, el cooperativismo ancla el desarrollo en las comunidades. Canaliza crédito productivo hacia la agricultura, las MIPYMES, la vivienda, la economía del cuidado y el consumo responsable. Promueve educación financiera, cultura de ahorro y gobernanza democrática. No evade impuestos, no fuga capitales y no captura al Estado; reinvierte localmente y fortalece la cohesión social.

Paradójicamente, cuando se discuten reformas fiscales o medidas de estabilidad macroeconómica, el cooperativismo suele ser tratado como un riesgo, cuando en realidad es parte de la solución. Un sistema económico que aspire a ser sostenible no puede prescindir de un sector que fomenta el ahorro popular, reduce la informalidad y contribuye a la estabilidad financiera sin recurrir a prácticas especulativas.

La República Dominicana necesita una nueva conversación económica. Una que entienda que la disciplina fiscal no se logra únicamente recortando gasto social, sino ampliando la base productiva y tributaria con equidad. Que combatir la evasión y revisar privilegios fiscales es más eficaz que trasladar el ajuste a las mayorías. Y que el desarrollo no puede seguir concentrado en pocos ejes geográficos y económicos.

En este futuro posible, el cooperativismo debe ser reconocido como aliado estratégico del Estado, con una supervisión proporcional y especializada, coordinada técnicamente con el sistema financiero, pero respetuoso de su identidad Cooperativa y su naturaleza social. No se trata de bancarizar cooperativas, sino de cooperativizar el desarrollo.

La economía dominicana no necesita más concentración financiera. Necesita más inclusión, más territorio, más ciudadanía económica y más confianza social. El cooperativismo ofrece precisamente eso: una economía con rostro humano, basada en valores, capaz de crecer sin dejar a nadie atrás.

Ignorar esta realidad no es solo un error técnico; es una irresponsabilidad histórica.

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