Por José Alfredo Guerrero
Conseguir unos cuantos pesos para calmar la urgencia de una cena empeñando un jarrón de cristal fino, que se esconde para evitar el inventario a repartir en el divorcio, y comprar una opción que permitirá ganar dinero si se vende una acción a un precio contratado que resulta mayor que la cotización de mercado a una fecha determinada, comparten la belleza de las transacciones libres en que se traspasan derechos de propiedad.
Pero el final glorioso en que se encuentran las mentes para un contrato laboral en que Alan Harper, el quiropráctico en apuros, recibe dos dólares para limpiar la alfombra de la compraventa que llenó de pedazos de vidrios al romper sin querer el jarrón, no conecta con los estudiantes de una universidad privada de las caras.
En la UASD, obviamente, funcionaría a la perfección. La mayoría de los estudiantes de menores ingresos conocen los beneficios de esos nobles negocios y, de hecho, un porcentaje importante tienen experiencia como clientes.
“El poppy no sabe de compraventa, crea un ejemplo con acciones, bonos o valores, que la mayoría deben tener familiar cercano trabajando en el mercado de valores”, me comentó un colega justamente el día que sale una noticia financiera sobre contratos de opciones put sobre acciones de la compañía del candidato presidencial Donald Trump. Me pareció bien y lo expliqué de la siguiente forma.
Los precios de las compañías que cotizan en bolsa están disponibles por todos lados. Si un mes antes del reciente atentado a Trump un inversionista quiere vender acciones de su empresa solo tiene que llamar a su corredor y en minutos tiene en su cuenta el efectivo.
Por facilidad de los cálculos digamos que vendió 10 acciones a $100 la unidad y tiene ahora mil dólares disponibles. El precio futuro de esa acción en cualquier momento solo puede ser igual, mayor o menor a 100 y cada inversionista que se toma el tiempo de hacer predicciones, por su cuenta o con auxilio de analistas, puede anotar en un cuaderno uno o varios precios.
En el caso de nuestro ejemplo esto escribió en su diario:” Entiendo que existe una probabilidad de 50% que el precio sea igual, 30% que sea mayor, $110, y 20% que sea $90”, acompañado con la gráfica de la imagen.
¿Pero y estas proyecciones se escriben para compartirlas en un dominó, una parrillada o romper el hielo en una reunión social?.
Tal vez así empezó todo, pero en algún momento a alguien se le ocurrió un proceso de formalizar las comparaciones de esas expectativas y crear contratos financieros en que se pudieran asumir riesgos con ganancias o pérdidas monetarias.

En el caso que nuestro inversionista que le interesa la empresa pública de Trump, cuando la vendió él pensaba que la acción podía subir o bajar $10 del precio que la vendió (un mes antes del atentado).
Sin embargo, al ver los ataques incesantes contra el candidato presidencial republicano que lo mostraban como un peligro para la democracia, portadas de revistas famosas que lo presentaban como Hitler y, algo inaudito, la gran cantidad de personalidades políticas y de la farándula que abiertamente abogaban por su eliminación física, decide reconsiderar su proyección.
Ahora piensa que un atentado es posible antes de las elecciones, que Trump puede ser asesinado y su empresa tendrá una sustancial perdida de valor.
De hecho, ahora cree que puede caer hasta $20 la acción (recuerden son datos para ilustrar el ejemplo, no los reales).
Con los mil dólares que tiene en efectivo ahora le explica a su corredor que quiere adquirir el derecho de vender dentro de tres meses acciones de la empresa de Trump al precio de 90 dólares. ¿Dónde está el negocio?.
El piensa que el precio puede bajar hasta $20, predicción de la que se siente seguro, pero que no comparten, como es natural, otros inversionistas. Cada cabeza es un mundo. Hay un grupo que cree que puede bajar a $90 y está también tan seguro que propone lo siguiente: “Todo aquel que me quiera vender acciones de la empresa de Trump a $90 pesos yo le honro ese precio al vencimiento de este contrato en la fecha especificada, tres meses al partir del día de la firma.
Por supuesto, esto no es un bingo benéfico; por este compromiso que asumo les cobro $100 dólares por contrato que incluye 100 acciones.”
Entonces a poner numeritos. Con los mil dólares que obtuvo al vender las acciones puede ahora comprar 10 contratos en que tiene el derecho de vender 1,000 acciones a $90 dólares, si decide ejercerlo.
Si se da su predicción que Trump será asesinado y recordado con un busto en la Kennedy con Lincoln frente Agora Mall, la acción va a caer a $20, pero él podrá vender 1,000 acciones a un precio asegurado de $90 porque compró un contrato de put option con ese valor de corte (strike value).
¿Pero hay un fallo, como va a vender lo que no tiene, si los mil dólares se consiguieron porque vendió las diez acciones de Trump a 100 dólares; tenía diez acciones, las vendió y ahora de dónde va a buscar 1,000 acciones para entregar al que le prometió comprárselas?.
El que eso pregunta en clase hay que felicitarlo porque está despierto y solo le falta entender que pasa lo mismo cuando se acaba el gas antes de la cena.
Se llama a la envasadora que venga con tanque nuevo como se llama al corredor para que compre a $20 las acciones que va a revender al precio asegurado por contrato de $90.
¿Bueno el negocio? Son 70 dólares de beneficio por acción en una venta de 1,000 acciones, 70,000 dólares en los que se invirtieron 1,000 en 100 contratos de put option.
Con esa ganancia de $69,000 dólares un poppy de universidad privada podría comprar 120 días de almuerzo para que las 7,000 raciones de almuerzo diario que “se venden” a cinco pesos sean normalizadas como regalo a los wawawa.
¿Pero si Trump se salvó milagrosamente del atentado y la acción lo que hace es subir por encima de la predicción de los $90, de hecho, aumentando por encima de su valor hace un mes, qué le pasa al que compró el contrato de put option?
Pierde lo que invirtió. El pagó por la opción de obligar a que le acepten un precio de $90, si el precio de mercado es $105 no las va a buscar para que se las compren a $90 (por supuesto, estaría encantando de aceptar el trato quien dijo que le garantizaba ese precio por algo que ahora vale más).

Hasta ahí el intento con la opción Trump de poner a la Educación Financiera a vestirse de “lino y de franela”, con ejemplos de un puesto de bolsa de Piantini y compraventa del Simón Bolívar, accesibles a quien a su centro de estudio va “montada en un Mercedes, automático dos puertas” o “en ONATRATE, con un pie adentro y otro afuera”.